cuentos

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Paula y el mar

La manzana que cayó al suelo hizo que Paula girara la cabeza hacia el este. ¿De dónde venía ese ruido? ¿era la manzana que había caído o es que ya estaba ahí y por lo tanto era otro sonido? No podía entender. Ni siquiera se le estaban ocurriendo ideas para un posible fantasma o espíritu ya que en el peor de los casos uno siempre puede pensar que tiene visitas del más allá. Pero no era el caso de Paula. Así que siguió mirando por el jardín sin moverse de su sitio y sin dejar de sujetar el libro que había estado ojeando durante toda la tarde mientras oía el sonido del mar meciendo la arena de la playa.
Trataba de recordar el sonido que acababa de oír para poder averiguar de dónde procedía. ¿Una manzana caída en el césped? no podía ser, era un sonido demasiado verde...¿qué tal pues una hoja seca golpeando contra el cristal de la ventana y luego cayendo en la piscina? eso podría ser, la piscina estaba llena de hojas; pero seguía siendo un ruido demasiado marrón...qué tal un golpe cercano a la casa del balón de fútbol con el que estaban jugando los amigos de su hermano pequeño en la parte de artás? eso tampoco, pero estaba más cerca, este era un sonido blanco; pero ¿era realmente blanco el sonido que le estaba haciendo pensar tanto? 
No! ya está! era blanco brillante con pequeñas coloraciones azul oscuro y algunas zonas azul turquesa! Genial, ahora sólo faltaba encontrar qué cosa suena blanco brillante con pequeñas coloraciones azul oscuro y algunas zonas azul turquesa...

Y con esa idea Paula se levantó de su tumbona, dejó su libro atrás y se puso manos a la obra en busca del sonido blanco brillante con pequeñas coloraciones azul oscuro y algunas zonas azul turquesa.
Tenía la sensación en el corazón de que aquel sonido era especial y que tenía que averiguar qué era aquello que lo producía. 
Decidió subirse a la mesa del jardín para ver mejor el jardín y con suerte tener una idea. Nada, no se le ocurrió nada. Se metió en la piscina en busca de sonidos blancos brillantes y azules, ya que la piscina le sonaba así. Pero tampoco. Subió con su perrito a su terraza porque pensó que igual los sonidos de perro y la brisa del mar en la terraza le ayudarían. Tampoco. Se estaba resfriando un poco con el viento salado del atardecer así que decidió abandonar la idea del sonido en el jardín y se puso a dibujar dentro de casa. Cojió los lapiceros de color, escojiendo el azul oscuro primero y el turquesa después porque el papel le pareció muy blanco y la luz de la ventana muy brillante. Y empezó a dibujar. Y parecía que no dibujaba sino que reseguía un dibujo escondido en el blanco. Era muy extraño porque era como si ya supiera lo que acabaría dibujando, pero sin haberlo dibujado aún. Era como cuando su madre le miraba antes de comer con esa cara...ya sabía lo que le iba a decir pero aun no se lo había dicho.
Así que terminó el dibujo y se sentó en la silla como después de haber trabajado once días seguidos. Volvió a mirar por la ventana. Todo era un poco más azul a fuera. Más azul que cuando empezó a dibujar. Pero no importaba porque su dibujo también tenía azules. Era un dibujo del mar y el cielo y las olas meciendo la arena. Y enmedio estaba ella, en blanco brillante, azul oscuro y turquesa recostada en la tumbona leyendo un libro mientras oía el sonido del mar meciendo la arena de la playa. Ahora Paula volvía a escuchar ese sonido. Mucho más intensamente todavía, lo oía tan claro que pensaba que salía de dentro suyo, le parecía que salía de su corazón. Paula volvió a mirar por la ventana y vió como se despedía el sol con su último rayo. De pronto entendió. Aquel sonido le había traído hasta el dibujo. Y en el dibujo aparecía ella. Ella era aquel sonido, ella era blanca brillante, azul oscuro y turquesa. Ella era su corazón.





Aprender y hacer

Érase una vez un pequeño ser humano que vivía en una de las laderas de un hermoso y verde valle. Vivía en algo parecido a lo que hoy en día llamaríamos casa.
Este pequeño ser humano era muy feliz, tierno y divertido. Se lo pasaba bien con cualquier cosa. Las flores de la ladera habían sido sus mejores amigas desde que nació, junto a las abejas y las ardillas de los árboles. Estas últimas fueron las que le contaron al pequeño ser humano que había cosas muy divertidas más allá de la casa. Era tan amigo de los animales y plantas de la zona que hasta en sus sueños seguía jugando con ellos. Jugaban sin parar y se reían todo el rato de sus proezas bajando la ladera.

Había también algunos seres humanos más.  Estos tenían una forma de jugar totalmente diferente. Estos podían jugar igualmente en la ladera con las flores y las abejas pero también podían jugar a cosas increíbles. Podían disfrazarse de árbol y de pájaro al mismo tiempo. Podían hacer trucos maravillosos casi sin mover un solo pelo! Eran como magos.

A este pequeño ser humano le encantaba observar como los mayores eran capaces de cambiar el color del cielo, o transformar la ladera en el fondo del mar, o trasladar la lluvia del valle para llenar el lago de la colina. Se quedaba sentado alrededor de un manto de flores observando como sucedían todas esas maravillas. Los mayores eran capaces, con sólo imaginarlo, de hacer aparecer unas espléndidas alas en su espalda y empezar a volar por el cielo rosado. Eran seres muy felices y también muy poderosos. Parecía que  mejoraban aún más sus trucos de magia cuanto más jugaban con los pequeños seres humanos. Y los pequeños se maravillaban al mismo tiempo con esas increíbles aventuras de colores y magia.

También había otros seres humanos pequeños en el valle, más o menos uno de ellos por ladera. El valle estaba compuesto por diez laderas colocadas en perfecta harmonía a lo largo de todo el valle. Diez laderas que alargaban el valle casi hasta el mar. Así que en total había diez pequeños seres humanos.

 Cualquiera que le preguntara a un ser humano mayor como había conseguido aprender esos increíbles trucos de magia se quedaría sin respuesta. Nunca te contestaban. Era un poco extraño y mágico a la vez. Parecía que no podían escuchar esa pregunta.

-¿Se puede saber cómo has conseguido hacer este truco? –preguntó el pequeño ser humano a un ser humano mayor que acababa de transformar un árbol en una fresa.

-No obtuvo respuesta. En lugar de respuesta recibió una lluvia de pétalos de flores y luego una nube de abejas que le llevó a un país lejano en un abrir y cerrar de ojos.
¡Caramba! ¿Cómo han hecho esto? –preguntó otra vez el pequeño ser humano. Pero tampoco obtuvo respuesta.
El pequeño ser humano era muy curioso y siempre quería saber el porqué de todo. Así que continuó día tras día preguntando a todos los mayores cómo era que hacían esos trucos. Y pasaron meses.
Un buen día se encontró con un ser humano mayor que tenía ganas de hablar. Le contó un poquito más que los demás. Le contó acerca de su infancia, de sus amigos los lagartos, las setas parlanchinas, los gusanos que cambiaban de forma…Estuvieron hablando durante horas y hasta días pero no hubo ni una palabra acerca de cómo se hacen esos trucos. Así que por un tiempo dejó esas preguntas de lado y se concentró en el juego de siempre, con las abejas y las flores.
Pero al volver a la ladera encontró que algo había cambiado. Las abejas y las flores le miraban de una forma distinta. Ésta vez no se lanzaron a jugar con él sin más. Le miraban con una sonrisa diferente. Estaban esperando algo de él. Su mirada brillaba como el sol. Parecía que habían cambiado…Parecía que sabían algo más de lo que sabían antes.
Una de las abejas, la que se encontraba más cerca del pequeño, dio un paso adelante y empezó a hablar. Le preguntó:  
-Te gustaría aprender a hacer los trucos de los mayores verdad?
-Claro! Respondió el pequeño. -¿Cómo lo hacen? ¿Vosotros lo sabéis?
-No, nosotros no somos seres humanos, no podemos hacer esos trucos. Pero tú sí. Tú eres un ser humano. Tú puedes hacer esos trucos. Tú puedes cambiar el cielo y las flores y las abejas y todo lo demás. Todo con solo imaginarlo.
-¿De verdad? ¿Y entonces porque no me lo enseñan los demás?
-¿Quién sería lo suficientemente loco como para enseñarle a alguien como cambiar el color del cielo? ¿O disfrazarse de árbol y pájaro al mismo tiempo? O transformar una abeja en una fresa?
-¿Entonces no se puede hacer? Le respondió como un rayo el pequeño ser humano.
-Claro que se puede hacer, pero no se puede enseñar.
-¿Y entonces como se hace?
-Se hace y ya está. Hazlo y ya está. Cuántos más trucos hagas más trucos podrás hacer.
Y el pequeño ser humano entendió. Y en ese mismo instante el cielo entero cambió de color y de gusto, y también de tacto. Y empezaron a llover gotas de agua en forma de varita mágica. Tenían un brillo majestuoso, eran tres veces más bonitas que el arco iris. Al mirarlas de cerca podías ver algo escrito en ellas. Eran letras, quizá palabras. Quizá si juntáramos esas palabras obtendríamos algo para leer. Quién sabe si esas palabras eran trucos, encantamientos, hechizos…Quién sabe si fue el primer truco del pequeño ser humano. 
No hemos encontrado ninguna respuesta a todas estas suposiciones. Quizá alguien le preguntó al pequeño ser humano como había hecho eso y por eso la respuesta ha desaparecido en el tiempo.



Simón y el regalo

El cuento de hoy empieza con el brillo de los primeros rayos de sol que cruzan la ventana de Simón.

Sobresaltado por un sueño en el que recibía un gran regalo, Simón saltó de la cama como una ardilla al ver un piñón. Apartó del paso los juguetes que estaban entre él y las cortinas de la ventana para conseguir un poco de luz y así poder buscar el regalo que había soñado.

- La lámpara no, el oso blanco tampoco, la maravillosa bola de cristal...tampoco! 
¿Dónde estaba el regalo del sueño?

Fue corriendo a preguntar a los mayores de la casa, porque a veces tienen alguna idea utilizable. 
Su madre se encontraba un poco pachucha de la tripa así que no le entendía muy bien con aquello del regalo. Pero tampoco le dijo que tal regalo no existiera. Así que corrió a ver a su hermanita pequeña que andaba manoseando por la cuna en busca de su chupete.

- Ella también estaba buscando su regalo! Pensó Simón con la alegría de un rayo en una tormenta de verano.

- Pero qué lástima que no pueda hablar porque seguro que ella sabe donde está mi regalo...

Así que Simón decidió salir de casa para tener una idea más amplia de dónde se había metido su precioso regalo. Mientras recordaba la textura de su papel brillante, estampado con hermosas figuras y suntuosas coloraciones.

Y con esa reconfortante sensación su corazón se calmó, se suavizó, como la ligera brisa que acompañaba las hojas de los árboles y también del suelo. Decidió que iba a estar un ratito más con su regalo soñado, antes de seguir buscando, sentado a los pies de un árbol. Y luego tumbado. De tal modo que el cielo y las nubes le mecieran para que la visión del regalo se quedara con él, para siempre. El para siempre de un niño, su corazón.